Los enemigos de la globalización

13.11.2022 18:22

Este artículo fue previamente publicado por el Instituto Juan de Mariana: juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/los-enemigos-de-la-globalizacion/

No es ninguna novedad que nuestro modelo de globalización se encuentre amenazado por los sospechosos habituales. Desde hace varias décadas son muchas las fuerzas político-institucionales que han tratado, sin mucho éxito, de retraer la expansión de la globalización y atacar sus principales estandartes. Si algo hemos observado a lo largo de los últimos años es una intensificación del movimiento antiglobalización, tanto por las tendencias políticas posteriores a la Gran Recesión como, más recientemente, por el incipiente reordenamiento geopolítico y de poder a escala global. Fue la geopolítica la que dio paso a la globalización moderna -con el derrumbe del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética- y puede ser la geopolítica la que destruya el modelo de globalización al que estamos acostumbrados -tanto a raíz de la pandemia, como de la guerra de Ucrania o las severas fricciones entre China y EEUU-.

Como siempre he pensado y repetido en múltiples ocasiones, los enemigos de la globalización no se confinan en una esquina del espectro político, sino que ocupan ambas alas de este, yendo desde la izquierda postmoderna y anticapitalista hasta la derecha nacionalista y aislacionista. Aunque el ideario y el argumentario de ambos grupos sean distintos, uno de sus fines es común: acabar con la globalización tal y como la conocemos hoy en día para imponer un modelo alternativo de comercio a escala global.

Aún así, no debemos ser excesivamente pesimistas con el panorama actual, ya que, aunque durante el último par de años no haya cesado la conversación sobre la posible desglobalización, dicha tendencia no se refleja en las cifras de comercio a escala global. De hecho, los datos de flujos transfronterizos de bienes, servicios, capital e incluso personas se encuentran en máximos históricos en multitud de países. Esto no significa que no debamos preocuparnos por las amenazas existentes a la globalización, sino que el sistema actual está tan consolidado y las redes comerciales a escala global son tan sólidas que el coste de retraerlas sería muchísimo mayor que optar por la continuación del presente modelo.

El modelo autárquico que proponen como alternativa la mayoría de los enemigos de la globalización simplemente conllevaría a una mayor miseria, pobreza y sufrimiento; no solo en Occidente, sino, asimismo, y de manera más importante, en los países emergentes, ya que muchos de ellos son notablemente dependientes del comercio internacional. Por ello, aunque actualmente observemos cierta solidez en las cifras de comercio internacional, no debemos olvidar que las cadenas de valor globales son muy frágiles y pueden verse fácilmente afectadas por shocks externos. Ejemplo de ello han sido o son la pandemia del Covid-19 y la guerra en Ucrania. Mientras el primero supuso un freno en seco a los flujos internacionales de personas y multitud de bienes, la segunda ha supuesto la ruptura definitiva de los vínculos diplomáticos y comerciales de Occidente con Rusia y su círculo de influencia. A todo ello hay que añadirle el factor de las actuales tendencias políticas, con la izquierda anticapitalista y la derecha nacionalista campando a sus anchas, y ya tendríamos el cocktail perfecto para desestabilizar el modelo económico actual.

No debemos pensar en el movimiento antiglobalización y sus tendencias como algo que siempre ha existido o estado ahí, ya que hace 15-20 años, con la construcción y consolidación de algunas de las principales instituciones de apoyo al comercio internacional, los movimientos políticos contrarios a la globalización eran cuasi marginales.  En EEUU, por ejemplo, tras la Gran Recesión, prácticamente nadie se atrevía a hablar de desglobalización en público. Pero eso ha cambiado, y probablemente para siempre, ya que, hoy en día, la oposición a la globalización no es ya un tema puramente ideológico. El caso más claro es el de EEUU, donde tras el incremento de aranceles e implementación de medidas proteccionistas durante la Administración Trump, el presidente Biden no ha hecho nada especial por reducirlos ni revigorizar las relaciones comerciales del gigante americano. De hecho, parece que en la actualidad existe prácticamente un consenso político en torno a la idea de repatriar empresas pertenecientes a industrias consideradas estratégicas, para reducir la dependencia de terceros países como China.

Cabe resaltar que esta no es una tendencia unilateral de Occidente, ya que, por ejemplo, China ha contribuido enormemente a ello promoviendo e incluso forzando la producción nacional de tecnologías estratégicas y componentes clave a través del programa Made in China 2025, el cual fue lanzado previamente a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

La economía y la geopolítica presentan diferentes lógicas y argumentos en el asunto de la globalización y en el estado del debate actual. Mientras desde el punto de vista económico sigue siendo mucho más eficiente deslocalizar la producción de la gran mayoría de bienes y servicios, desde el punto de vista geopolítico o estratégico, dicha deslocalización productiva puede suponer numerosos riesgos a nivel de seguridad nacional. Por ejemplo, la invasión de Ucrania ha mostrado el riesgo de depender de países autoritarios para el suministro de materias primas o bienes esenciales, como es el caso del gas ruso. Por ello, actualmente multitud de organismos e instituciones se plantean una remodelación de las relaciones de Occidente con China, ante los elevados riesgos que supone depender de este país.

Esto último se observa muy claramente con el asunto de los semiconductores. Estos componentes son esenciales para la producción de casi todos los productos tecnológicos, desde móviles hasta misiles, pasando por cualquier tipo de equipo informático. Lo preocupante es que el 90% de la producción global de semiconductores se halla localizada en Taiwán, lo que significa que si China invadiera Taiwán podría paralizar la exportación de semiconductores y causaría una debacle productiva y comercial nunca antes vista. Es por ello por lo que en EEUU se aprobó recientemente el Chips Act, que pretende que EEUU sea un jugador relevante en el mercado de los semiconductores, garantizando así su suministro ante el elevado riesgo geopolítico. A pesar de que los motivos que subyacen dicha Ley son sólidos, no deja de representar un freno muy importante a la globalización, ya que el Chips Act restringe la inversión americana en algunos países y limita seriamente la capacidad de las empresas americanas de producir semiconductores en China.

Aunque la globalización de las últimas décadas haya podido presentar algunos errores o haya generado tensiones políticas, el beneficio que la sociedad ha obtenido de ella es mucho mayor que sus costes, digan lo que digan anticapitalistas y nacionalistas. Oponerse a la globalización no es solo ineficiente a nivel económico, sino que da alas a aquellos que quieren destruir el actual modelo económico y político.

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